Y ella es tan discreta que no nos ha querido contar nada, solo transmite datos por telemetría a la central sobre número de cafés hechos al día, reposiciones, limpieza o incidencias que, dicho sea de paso, suelen ser pocas. Hemos sabido de esta bonita historia porque ahora, años después de que pasara, sus protagonistas, entre recuerdos y risas, nos la han contado.
Fue así.
Ella moja sus labios con el café que tiene entre las manos y el sabor de aquel arábica la transporta a entonces. No puede evitar acordarse de cada día que pasaba junto a la máquina mientras tomaba su cortado con leche desnatada. Bueno, y mientras, en realidad, esperaba a alguien. Ahora, con ese sorbo rememora la mezcla entre nerviosismo, timidez, alegría e inmensa felicidad que sentía cuando la otra persona, siempre a la misma hora, se acercaba a por su café solo sin azúcar.
Ella intentaba estar siempre junto a la máquina por si cuando llegaba a por la fruta o el café se acercaba tanto que la rozaba, saludaba o incluso la miraba a los ojos aunque fuera un instante. ¿Qué tal? Bien. Aquí. Nada. Ya va haciendo calor. Venga, te invito que tengo la App. Sin azúcar, ¿no? Bien, el buen café nunca lo necesita. ¿Qué tal el fin de semana? ¿Qué haces el sábado? Llevo esperándote toda la mañana. Llevo esperándote toda la vida.